Adolfo Suárez, en la Historia de España



 Pablo Sebastián

Ha muerto Adolfo Suárez el presidente de la transición, el buen, audaz y valiente estadista que como tal entra en la Historia de España. 

El político que antepuso el interés general del país, incluso con su dimisión en la presidencia del Gobierno. Una persona que se decía normal y resultó excepcional, amable y sonriente hasta la seducción en el trato personal y persona sin el rencor frente a quienes lo denostaron y lo  traicionaron que fueron muchos y muy notorios en su tiempo. En sus funerales Adolfo Suárez merece honores de Estado como estadista que fue y el reconocimiento público del pueblo español y de las instituciones y cargos públicos que tienen en él el ejemplo del coraje y la honradez que han de guiar, en este tiempo convulso, la recuperación de España.

Ahora bien su dimisión de la presidencia del Gobierno en enero de 1981 y el golpe de Estado del 23-F que se desencadenó después son los hechos mas importantes que faltan por aclarar para completar la ingente biografía donde Suárez brilla especialmente en su labor al frente de la transición. Y sobre estos dos episodios, aún confusos, me viene ahora a la memoria la imagen de Adolfo Suárez quien, con voz grave y el rostro tenso y bronceado tras pasar unos días de descanso en la isla panameña de Contadora, a donde fue a descansar tras el golpe de Estado del 23-F, me dijo en el viaje de regreso a España que hicimos juntos: ‘en una conversación que mantuve con el general Armada, en el despacho del Rey don Juan Carlos y en presencia del monarca, el entonces general afirmó que para él lo más importante era Dios, luego España, después El Rey y finalmente la Constitución y que la idea que él tenía de España… en ese momento –añadió Suárez- lo interrumpí y dije: general póngase firme, cuádrese y abandone el despacho porque la única idea de España que usted debe tener es la que figura en la Constitución. Tras el incidente dije al Rey: Armada es un golpista, y semanas después lo destituí del mando que tenía en Madrid y lo envíe a Lérida’.

Ese era y fue Adolfo Suárez, el político más audaz e importante de la Historia reciente de España, el artífice de la transición española donde se incluyó la reconciliación nacional, la recuperación de las libertades, la legalización de los partidos políticos- el Partido Comunista incluido-, la aprobación de la Constitución de 1978 y los pactos de la Moncloa para el relanzamiento de la economía. Amén de las leyes sobre derechos civiles como el divorcio y la libertad de expresión, liderando Suárez la nueva imagen de España en el mundo y Europa con un sin fin de viajes entre los que incluyó el muy discutido a Cuba porque fue el primer presidente europeo que visitó a Fidel Castro, mientras se oponía a la entrada de España en la OTAN porque decía que dividía a los españoles. Asimismo sustituyó el Concordato franquista con el Vaticano por los llamados ‘Acuerdos Específicos’, en un país que la Constitución declaraba aconfesional. Y a no olvidar el enfrentamiento de Suárez con el ex presidente de Francia Valery Giscard D´Estaing por la ausencia de colaboración de Francia en la lucha contra el terrorismo de ETA, o con el rey Hassan II de Marruecos por causa de los continuos desafíos del monarca alauita a nuestro país.

Adolfo Suárez, a pesar de sus orígenes franquistas, tenía mas claro que muchos de los que le rodeaban el horizonte democrático hacia el que debía caminar España, por lo que se convirtió en un demócrata de convicciones y carácter irreductible. El que, tras los últimos coletazos del franquismo político, económico y militar, fue traicionado por compañeros de Gobierno y de la UCD, así como por otros protagonistas de la transición (Felipe González entre otros) y algunos poderes fácticos de entonces (financieros, Iglesia y EE.UU) que, no le perdonaron a Suárez el entierro del franquismo y su autonomía presidencial jaleando, algunos de ellos, el ruido de sables que crecía en los cuarteles tras los duros ataques del terrorismo de ETA. Hasta acosar y aislar al presidente legítimo del país, mientras se preparaba a sus espaldas un gobierno mal llamado de ‘salvación nacional’, en la que fue primera fase del golpe de Estado del 23-F urdida por el golpista general Amada.

Una alta traición que en diciembre de 1980 ya conocía Adolfo Suárez –así lo cuenta el ex presidente del Congreso Fernando Álvarez de Miranda en sus memorias-, y que, finalmente, le condujo presentar su dimisión en una dramática alocución en la que anunció su marcha para evitar que la democracia fuera ‘un paréntesis en la Historia de España’, como declaró. A los pocos días de su dimisión el Rey ordenó el regreso de Armada a Madrid, supuestamente para frenar el golpe de Estado -que Suárez quiso evitar dimitiendo-, pero resultó al revés porque Armada era el jefe de la conspiración que pretendía asumir la presidencia del Gobierno de España tras el golpe de Estado del 23-F de 1981.

Y si al final el golpe de Estado fracasó fue sobre todo porque lo estropeó el propio Tejero. El que asaltó al Congreso para aumentar el ‘vacío de poder’ creado entre la dimisión de Adolfo Suárez y la investidura en curso de Calvo Sotelo tal y como se lo habían ordenado a Tejero los generales Armada y Milán del Bosch para facilitar así la investidura de Armada como presidente de un Gobierno de ‘salvación nacional’, o mejor dicho de involución democrática, que contaba de antemano con la taimada colaboración del PSOE de Felipe González. Pero al llegar Armada al Congreso, aparentemente para deshacer el golpe y con la autorización del Rey, el general golpista le presentó a Tejero la lista del que sería su nuevo Gobierno para el que pretendía el apoyo de los diputados secuestrados a punta de pistolas y fusiles. Y fue entonces cuando Tejero se plantó porque en la lista de ministros de Armada figuraban socialistas y comunistas y el teniente coronel de la Guardia Civil se soliviantó, impidió que Armada hablara en el hemiciclo y el gran tinglado de la infame farsa se desmoronó.
 http://www.republica.com/2014/03/23/adolfo-suarez-en-la-historia-de-espana_781979/

Hace bastantes años que Adolfo Suárez, víctima de la enfermedad de Alzheimer había perdido la memoria y vivía en su particular limbo y al margen de la realidad, pero estaba vivo y estaba ahí. Y ahora que Adolfo Suárez ha muerto, deben inspirar a quienes hoy están al frente de la nación y se muestran incapaces de hacer el diagnóstico sobre el verdadero alcance de esta crisis y la necesidad de buscar soluciones que solo pueden partir de unos pactos nacionales que permitan arreglar los urgentes problemas de España donde están el deterioro social de la ciudadanía y el político y moral de las instituciones, así como abordar los desafíos que atentan contra la cohesión y la unidad de España como ocurre ahora con Cataluña, y otras cuestiones de corte ideológico que se han añadido de manera gratuita y que distancias más si cabe a los españoles entre sí como ocurre con el aborto, el control de la Justicia y cierta impunidad de la corrupción, la sanidad, la educación y el deterioro de las libertades y la vida democrática. O como ocurría bajo la presidencia de Zapatero con la reapertura de los debates y las tumbas de la Guerra Civil, que se sellaron con la amnistía y el gran pacto de la reconciliación nacional.

La muerte de Suárez confirma el fin de la transición y obliga, no solo a honrar su memoria innovando pactos nuevos para salir de los muchos problemas inmediatos que sufrimos, sino que también invita a una profunda reflexión que ha de llevarnos sin miedo y con convicción a la reforma de la Constitución y de sus reglas del juego político para que garanticen: la separación de los poderes del Estado, el control democrático de la vida pública –por parte de la Justicia, el Parlamento y los medios de comunicación-, y todo ello completado con un sistema electoral mucho más directo (sin listas cerradas) y representativo de la realidad nacional. Carencias importantes del agotado sistema político de la transición que han de subsanarse en pos de la mejor convivencia y con las garantías que impidan la repetición del espectáculo de la corrupción.

En las elecciones generales de 1986 acompañé a Adolfo Suárez en la que fue su última gran batalla política, las segundas elecciones en las que compareció al frente del CDS el partido que él fundo, con el que obtuvo en esa ocasión 19 diputados. En un viaje de la campaña, a bordo de un destartalado autobús, recuperamos el diálogo sobre aquel enfrentamiento que mantuvo con Armada en el despacho del Rey y del que habíamos hablado en marzo de 1981 a su regreso de Panamá, y le pregunté a Suárez sobre los rumores que habían circulado sobre dicho incidente y en los que se decía que el general Armada llegó a sacar su pistola amenazándole. Suárez sonrió y me dijo: ‘es falso, Armada era un cobarde, que jugaba por la espalda y nunca se hubiera atrevido a algo así, de haberlo hecho yo lo habría desarmado y enviado a la cárcel sin pestañear, o él habría tenido que pegarme un tiro en presencia del Rey’.

Y Suárez decía la verdad.
Lo demostró el día del golpe del 23-F ante Tejero, enfrentándose a él y mientras el resto de su Gobierno y la totalidad de los diputados del Congreso –con la excepción del general Gutiérrez Mellado y Santiago Carillo- se tiraron al suelo, mientras Suárez exhibiendo ante Tejero su cargo de presidente del Gobierno de España defendía la legalidad y representaba a todos los españoles, jugándose la vida, en el nombre la democracia, de la libertad y la dignidad nacional. Unió Suárez a los españoles en el inicio de la transición y ahora a su muerte los ha vuelto a unir para elogiar su audaz reforma democrática y la reconciliación.


 Referencia:
http://www.republica.com/2014/03/23/adolfo-suarez-en-la-historia-de-espana_781979/

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