ESTE GRAN PAÍS, ESPAÑA, VA RESITIR A LOS PUTOS USOREROS ESPECULADORES...NO SERÍA LA PRIMERA VEZ.

España y la deuda pública, una historia de dificultades e impagos

Las dudas sobre la deuda pública española no son algo nuevo. La financiación del ferrocarril y las guerras coloniales y carlistas ya llevaron al Estado a no poder pagar

Día 02/03/2011 - 18.42h



«La España ha llegado a una decadencia grande, y yo, como buen español, desearía que hubiera medios hábiles de levantar el prestigio y dignidad de este pueblo, que merece mejor suerte». Así de desolado se mostraba Pascual Madoz en la carta que escribía a su amigo el general Juan Prim pocos meses después de que las bolsas europeas se cerraran a los títulos de deuda españoles. Asfixiadas las arcas públicas, el Gobierno había dejado sin pagar los intereses de emisiones anteriores. Los inversores no se lo perdonaron y el Estado español vio cortada su principal fuente de obtención de ingresos, la emisión de deuda.


Puede que parecidas tribulaciones a las que entonces atormentaban al ministro de Hacienda quiten hoy el sueño a gobernantes como el presidente Zapatero o la ministra Elena Salgado, habida cuenta de que lo que durante el siglo XIX fue una realidad en varias ocasiones, el impago de la deuda soberana por el Estado español, se ha convertido en acuciante amenaza en la actualidad. Eso, que España no pueda pagar, es el temor que recorre en los últimos meses los mercados bursátiles de todo el planeta. Como enseña la historia, y aunque las diferencias entre una y otra época son sustanciales, no sería la primera vez.

Durante el siglo XIX, estos problemas aparecen como una situación endémica. En palabras de la historiadora Matilde Eiroa, «a lo largo de todo el siglo XIX se detectan profundos desequilibrios entre los ingresos y los gastos». Como ocurre en la España actual, lo que se gastaba era mucho más de lo que se ingresaba, aunque han cambiado las partidas que vacían en mayor medida las arcas públicas: entonces fue la extensión del ferrocarril por todo el país y la financiación de las numerosas guerras en las que se vio inmerso el Estado lo que terminaron por extenuar al Tesoro. 
La defensa de las posesiones de ultramar y la lucha contra los rebeldes carlistas en el interior del país fueron el amplio sumidero por el que se vertían los magros ingresos de la hacienda. El ferrocarril, construido sobre todo con capital francés, tenía al menos la utilidad de vertebrar un mercado nacional que hasta entonces no merecía tal nombre y contribuir con la mejora de las comunicaciones al progreso del país.
Así las cosas, como ahora, la dependencia de los mercados de valores extranjeros era total. Con un sistema fiscal injusto y deficiente, la única vía de obtener los ingentes ingresos necesarios para la extensión de la red ferroviaria o el pertrecho de las tropas que intentaban allende los mares contener el desguace de lo que quedaba del imperio colonial era la confianza de los inversores en las bolsas de París y, sobre todo, de Londres

La profesora Matilde Eiroa definió la situación como de «endeudamiento permanente». La práctica totalidad de los ejercicios presupuestarios terminaba con déficit y ese déficit solo tenía una vía de financiación, la emisión de una deuda cuyos costes de colocación eran cada vez mayores. Algo parecido a lo que desde los centros de poder de la Unión Europea se reprocha al Gobierno español, el elevado déficit y el endeudamiento. En este sentido la problemática es idéntica.

 

Ira y escasez

De cualquier modo, hay cosas que hoy parecen impensables que en el siglo XIX ocurrían. Y viceversa. En aquel tiempo, que los estados suspendieran pagos era relativamente frecuente y no solo le sucedió a España, aunque en este país la descompensación presupuestaria fuera poco menos que pertinaz. Cuando esto sucedía las consecuencias eran la pérdida de credibilidad y el encarecimiento de la colocación de la deuda. A España, cuyas obligaciones se subastaban sobre todo en las bolsas de París y Londres, siempre le salió muy caro financiarse. Lo que era inconcebible era la fórmula del rescate a la que hace poco se han acogido Irlanda y Grecia. 
Para empezar porque la Unión Europea no existía y en consecuencia tampoco este mecanismo de solidaridad entre estados. De hecho, en una de las ocasiones en las que España se las vio y deseó para pagar los intereses de su deuda, el ministro del ramo, Mendizábal, acabó acudiendo a los bancos existentes en el país para pedirles aportaciones que evitaran los impagos estatales. Muy al contrario de lo que ha ocurrido en la crisis actual, donde el dinero público ha servido para sostener a un sector bancario que se tambaleaba.
Los problemas económicos, como ha ocurrido casi siempre, derivaron en agitaciones políticas y movimientos violentos que reflejaban el descontento social. Las vacas flacas suelen acompañarse de disturbios. En el presente vemos zarandeado el coche del Príncipe de Galés y a un ex ministro griego con la cara partida por manifestantes enfurecidos. También en el siglo XIX la escasez precedió a la ira. Aunque desde luego no fue la única causa, a los pocos meses del cierre de los mercados europeos para las obligaciones españolas, la Revolución derrocaba a Isabel II poniéndola camino del exilio.


Las consecuencias de los agobios del Tesoro español son difíciles de calibrar por su magnitud y trascendencia. Constituyen probablemente uno de los factores más determinantes del devenir histórico de la España contemporánea. El historiador británico Raymond Carr describió algunas de ellas. Según este estudioso, un estado lastrado por sus deudas, «no pudo asumir el papel de promotor de una economía atrasada», ni tampoco «cubrir las necesidades educativas de una sociedad moderna». Esta fue, a juicio de muchos historiadores, la factura que se pagó por la deuda decimonónica.


Con todo, son enormes las diferencias entre la situación económica de la España de entonces y la actual. La insolvencia estatal de entonces era real, mientras que ahora la suposición de que España no podrá pagar se basa según todos los analistas especializados en impresiones exageradas cuando no directamente en el interés dañino de especuladores que ganan verdaderas fortunas a medida que los augurios más pesimistas van convirtiéndose en factibles. Por eso, en cada sesión en los parqués apuestan a que así sea, causando un pejuicio enorme a la economía nacional.


Probablemente, como le escribió Madoz a Prim, «este pueblo merece mejor suerte».

Comentarios

  1. Estoy harto.... Ese es mi comentario, amigo. Martín Mujica

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