Que desfilen los soldados (enteros)
ANÁLISIS | 'El Gobierno se avergüenza de esta guerra'
Acto de despedida de los militares españoles fallecidos el domingo en Qala-e-Naw. | Efe | Javier Lizón
- El corresponsal de EL MUNDO en Asia reflexiona tras el último atentado talibán
- Dos soldados españoles, Manuel Argudín y Niyireth Pineda, perdieron la vida
Poco antes de las elecciones de 2008 se organizó en el cuartel de Paracuellos un homenaje a los soldados españoles que combaten en el extranjero. A los dos que habían sufrido amputaciones se los llevaron a un patio apartado y les colgaron las medallas sin que nadie los viera, evitando una imagen que podía restar votos.
"Desfilaban los enteros", contó Pedro Simón en un reportaje sobre uno de los militares heridos en Afganistán.
Se llama Rubén López y tenía 19 años cuando una bomba le destrozó ambas piernas en 2007. El pasado domingo, en el suplemento Crónica de este periódico, recordaba que se había alistado porque pensaba que su país le necesitaba. "Me defraudó", dice ahora.
Rubén es razón suficiente para traer de vuelta a los militares españoles desplegados en Afganistán. La prueba de que el Gobierno se avergüenza de esta guerra, la disfraza como misión humanitaria y, cuando la evidencia de las mutilaciones y los funerales le impiden sostener la farsa por más tiempo, deshonra con su cobardía a quienes envió a combatirla.
Ha llegado la hora de que vuelvan a casa. Todos. Pero no en 2014, como ha anunciado la ministra de Defensa Carme Chacón. Tres años es demasiado tarde para el próximo Rubén López. Demasiado tarde para los próximos Manuel Argudín Perrino y Niyireth Pineda Marín, los dos soldados muertos el domingo. Y demasiado tarde, también, para los afganos atrapados en una guerra que ha perdido todo su sentido, si alguna vez lo tuvo.
Nos dicen que no podemos fallar en nuestros compromisos internacionales. Que debemos estar junto a nuestros aliados. Que hay que completar "la labor humanitaria". Pero los mismos políticos que hablan en público de acabar la misión admiten en privado, en Madrid o Washington, que la guerra se ha perdido y que sólo queda marcharse pretendiendo que se ha ganado. Salir despacio para que no parezca que huimos.
La gran contradicción de toda guerra es que empezarlas y terminarlas depende de quienes no la conocen. Políticos a miles de kilómetros de distancia determinan la vida de pueblos como el afgano y arriesgan la vida de sus jóvenes soldados en un intento de moldear el futuro de una nación de la que lo desconocen todo. No han estado en el frente. No han tenido que matar ni tratar de que no les maten. No han visto a los heridos. Toman decisiones, pero no tienen que enfrentarse a sus consecuencias.
Dicen que la ministra Chacón ha ordenado que a los últimos amputados en Afganistán les den las mejores prótesis posibles. Eso está bien. Pero los militares españoles heridos necesitan algo más. Seguridad financiera para afrontar su nueva incapacidad. Apoyo psicológico para superar el trauma. Programas de reinserción y formación para encontrar ocupación.
Y lo más fácil de todo: un trato digno, al menos por parte de quienes decidieron poner su vida en riesgo.
Rubén López no ha recibido ninguna de esas cosas. Tardaron tres años en verle para confirmar su evidente invalidez, cuenta Paco Rego en el reportaje de Crónica. Le despidieron con una indemnización de 36.000 euros. Le impidieron desfilar junto a los soldados (enteros). "No te ayudan en nada. Eres sólo un número que ya no interesa", dice tras 16 operaciones para tratar de salvar la pierna que le queda. ¿2014? Tres años puede ser demasiado tarde para el próximo Rubén López.
Es hora de que los soldados españoles vuelvan a casa. Todos. Ya.
"Desfilaban los enteros", contó Pedro Simón en un reportaje sobre uno de los militares heridos en Afganistán.
Se llama Rubén López y tenía 19 años cuando una bomba le destrozó ambas piernas en 2007. El pasado domingo, en el suplemento Crónica de este periódico, recordaba que se había alistado porque pensaba que su país le necesitaba. "Me defraudó", dice ahora.
Rubén es razón suficiente para traer de vuelta a los militares españoles desplegados en Afganistán. La prueba de que el Gobierno se avergüenza de esta guerra, la disfraza como misión humanitaria y, cuando la evidencia de las mutilaciones y los funerales le impiden sostener la farsa por más tiempo, deshonra con su cobardía a quienes envió a combatirla.
Ha llegado la hora de que vuelvan a casa. Todos. Pero no en 2014, como ha anunciado la ministra de Defensa Carme Chacón. Tres años es demasiado tarde para el próximo Rubén López. Demasiado tarde para los próximos Manuel Argudín Perrino y Niyireth Pineda Marín, los dos soldados muertos el domingo. Y demasiado tarde, también, para los afganos atrapados en una guerra que ha perdido todo su sentido, si alguna vez lo tuvo.
Nos dicen que no podemos fallar en nuestros compromisos internacionales. Que debemos estar junto a nuestros aliados. Que hay que completar "la labor humanitaria". Pero los mismos políticos que hablan en público de acabar la misión admiten en privado, en Madrid o Washington, que la guerra se ha perdido y que sólo queda marcharse pretendiendo que se ha ganado. Salir despacio para que no parezca que huimos.
La gran contradicción de toda guerra es que empezarlas y terminarlas depende de quienes no la conocen. Políticos a miles de kilómetros de distancia determinan la vida de pueblos como el afgano y arriesgan la vida de sus jóvenes soldados en un intento de moldear el futuro de una nación de la que lo desconocen todo. No han estado en el frente. No han tenido que matar ni tratar de que no les maten. No han visto a los heridos. Toman decisiones, pero no tienen que enfrentarse a sus consecuencias.
Dicen que la ministra Chacón ha ordenado que a los últimos amputados en Afganistán les den las mejores prótesis posibles. Eso está bien. Pero los militares españoles heridos necesitan algo más. Seguridad financiera para afrontar su nueva incapacidad. Apoyo psicológico para superar el trauma. Programas de reinserción y formación para encontrar ocupación.
Y lo más fácil de todo: un trato digno, al menos por parte de quienes decidieron poner su vida en riesgo.
Rubén López no ha recibido ninguna de esas cosas. Tardaron tres años en verle para confirmar su evidente invalidez, cuenta Paco Rego en el reportaje de Crónica. Le despidieron con una indemnización de 36.000 euros. Le impidieron desfilar junto a los soldados (enteros). "No te ayudan en nada. Eres sólo un número que ya no interesa", dice tras 16 operaciones para tratar de salvar la pierna que le queda. ¿2014? Tres años puede ser demasiado tarde para el próximo Rubén López.
Es hora de que los soldados españoles vuelvan a casa. Todos. Ya.
Encontré este blog por nuestro interés común en Charles Bukowski. Es muy interesante y quiero seguir leyèndolo. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias Xixe. Un placer conocerte. Se aceptan artículos o sugerencias.
ResponderEliminar