Sin Franco, la izquierda española no es nadie...

César VIDAL

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Es triste decirlo, pero la verdad es que la izquierda española es de las más indigentes intelectualmente hablando de la Historia universal. Repásese su breve andadura histórica y no se descubrirá un solo aporte doctrinal serio o sólido a diferencia de lo que encontramos en Alemania, Gran Bretaña o Francia. ¡Hombre, si el texto más importante de izquierdas que se ha publicado en los últimos cuarenta años es el libro ecologista de Juan Costa! Algo más han dejado en el terreno de las artes, tampoco mucho, pero como ya sabían los griegos, éstas no son suficientes para gobernar medianamente bien una nación.  Durante los primeros años de la democracia semejante raquitismo quedó oculto, en parte, por el pendulazo posterior al franquismo y, en parte, porque, huérfanos de mitos, muchos españoles necesitaban creer en uno nuevo.  Sólo que como de donde no hay no se puede sacar, el tinglado de la antigua farsa se desplomó pronto. El PSOE de Felipe González sólo tenía para ofrecer el continuar lo que había hecho la derecha franquista y de la UCD, es decir, la integración en Europa y la modernización.  Hasta eso lo hizo mal y llegó a tener casi un 25% de parados y un grado de corrupción incomparable. Para colmo, el muro de Berlín se desplomó dejando al descubierto las vergüenzas del socialismo y el PP ganó dos elecciones seguidas, una de ellas con mayoría absoluta.  De esa manera, cuando el 11-M catapultó a ZP a La Moncloa, España se vio condenada a perder en unos años lo que había costado lograr décadas porque la izquierda ni se había renovado, ni había mejorado y da la sensación de que tampoco había leído. Acabada la demagogia de los matrimonios homosexuales y los feminismos desorejados, sólo tenía –y tiene– para ofrecer más corrupción y más miseria en todos los sentidos del término.  ¿Y entonces?  Entonces, enfrentada con su paupérrima realidad, la izquierda –como los nacionalismos– ha descubierto que no puede vivir sin Franco.  Desde luego es para reflexionar que el SDP alemán haya sobrevivido décadas sin tener que agitar el espectro de Hitler y aquí la izquierda no pueda dar un paso sin rememorar a un general que falleció hace más de tres décadas y a cuyas órdenes sirvieron no pocos de los padres de los progres actuales. Decía José Sacristán en una de las películas de José Luis Garci que compusieron el Tríptico de la Transición aquello de «no podemos pasarnos otros cuarenta años hablando de los cuarenta años».  La frase era de una enorme sensatez, pero, por lo visto, ni siquiera José Sacristán –al que el franquismo oprimió obligándole a intervenir en docenas de películas que lo convirtieron en popular– parece haber aprendido aquella lección. No pueden vivir sin Franco de la misma manera que los adultos inmaduros que siguen echando la culpa a sus padres de que sus relaciones de pareja no van bien o que los alumnos vagos que atribuyen sus suspensos a que el profesor les tiene manía. En buena medida es lógico porque las izquierdas españolas, para nuestra desgracia, son seniles sin haber salido de la adolescencia; son ignorantes y ayunas de lecturas, y son vagas e incompetentes.  Semejantes circunstancias quizá podríamos contemplarlas con indulgencia si se dieran en el hijo tonto de un buen amigo, pero al frente de la nación sólo pueden inspirar desazón. Y es que, en su indescriptible y autosatisfecha inanidad, sin Franco no son nada.

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